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La zancadilla del bicho

  * A los once días de batallar con el bicho, este me soltó un fuerte coletazo que alarmó al vecindario y a mí me puso en las puertas de la muerte. Ese día yo estaba acostado en el sillón, en la sala, en la parte baja de la casa. De pronto, me llegaron retazos de la plática que sostenían mi esposa y la menor, la que habíamos mandado a la vivienda de la tía, a fin de ponerla a salvo del bicho. Era una conversación a través de una videollamada; las voces viajaban desde el primer piso hasta la sala. A causa de la distancia, solo me llegaban pedazos de la plática. Pero fueron suficientes para enterarme de que la menor de la familia, la más vulnerable debido sus crónicos problemas bronquiales, tenía dificultad para respirar. Los pensamientos catastróficos me atraparon. No pude evitar pensar que ella, la que habíamos mandado lejos de nosotros para librarla de las garras del bicho, estaba infectada. Imaginaba un desastre en su salud, porque pensaba que el bicho se ensañaría mucho con ella, de