Buen inicio de una historia, ¿qué tanto importa?

Buen inicio de una historia

El inicio de una historia, ya se un cuento o novela, importa demasiado. Si esta carece de interés, el lector, es casi seguro, terminará botándola al cesto de los deseos perdidos. 
    Los escritores con un largo recorrido en la narrativa recurren a varias estrategias literarias para "enganchar" al lector. 
   Jorge Amado, uno de estos escritores que utilizan recursos para casi obligar al lector a leer el texto que le ponen enfrente, en la novela Gabriela, clavo y canela, desde las primeras líneas, mediante unos cuantos datos logra atrapar al lector.
   ¿Qué hace interesante esta historia desde los inicios? Que Jorge Amado introduce el dato en el relato de que dos amantes, muy conocidos ellos en la sociedad donde vivían, han sido muertos a tiros de revólver. 
    Otro recurso que utiliza este escritor son los datos descriptivos de los personajes de la historia. Esto hace que el lector se imagine la fisonomía de quienes intervienen en la historia.

Para que quede más claro lo que hemos expuesto arriba reproducimos el inicio de la novela Gabriela, clavo y canela:


Esta historia de amor por curiosa coincidencia, como diría doña Arminda, comenzó el mismo día claro, de sol primaveral, en que el estanciero Jesuíno Mendonza mató a tiros de revólver a doña Sinházinha Guedes Mendonza, su esposa, exponente de la sociedad local, morena casi gorda, muy dada a las fiestas de Iglesia y al doctor Osmundo Pimentel, cirujano–dentista llegado a Ilhéus(1)hacía pocos meses, muchacho elegante con veleidades de poeta. Pues en aquella misma mañana, antes de que la tragedia conmoviese a la ciudad, la vieja Filomena por fin había conseguido cumplir su antigua amenaza de abandonar la cocina del árabe Nacib, emprendiendo viaje en el tren de las ocho hacia Agua Preta, lugar en el que un hijo suyo prosperaba. Como luego opinara Juan Fulgencio –hombre de mucho saber y dueño de la Papelería Modelo, centro de la vida intelectual de Ilhéus– el día había sido mal elegido, aun siendo día hermoso, el primero de sol después de la larga estación de las lluvias, sol como una caricia sobre la piel. No era un día apropiado para derramar sangre. No obstante, como el coronel Jesuíno Mendonza era hombre de honor, y muy decidido, poco afecto a lecturas y a razones estéticas, tales consideraciones ni siquiera le pasaron por la cabeza dolorida por los cuernos. Apenas los relojes dieron las dos horas de la siesta él – surgiendo inesperadamente, ya que todos lo hacían en la estancia– despachó a la bella Sinházinha y al seductor Osmundo de dos certeros balazos a cada uno. Y consiguió que la ciudad olvidase los restantes asuntos que tenía para comentar: que el barco de la "Costera" había encallado por la mañana a la entrada del puerto; el establecimiento de la primera línea de ómnibus que uniría a Ilhéus con Itabuna(2); el gran baile recientemente celebrado en el Club Progreso, y hasta el apasionante caso de Mundinho(3) Falcão, que había enarbolado la historia de las dragas(4) para la entrada del puerto. En lo que respecta al pequeño drama personal de Nacib, súbitamente sin cocinera, apenas si sus más íntimos amigos habían tomado conocimiento del mismo, y sin concederle la menor importancia. Todos habíanse vuelto hacia la tragedia que les emocionaba, hacia la historia de la mujer del estanciero y el dentista, tanto por la alta clase social a la que pertenecían los tres personajes que intervenían en dicha historia, cuanto por la riqueza de detalles de la misma, algunos picantes y sabrosos. Porque, a pesar del tan cacareado y vanidoso progreso de la ciudad ("Ilhéus se civiliza con un ritmo impetuoso", había escrito el doctor Ezequiel Prado, famoso abogado, en el Diario de Ilhéus), todavía interesaban en aquella tierra, y por encima de todo, las historias como ésa, violentas, de amor, celos y sangre. Íbanse perdiendo, con el correr del tiempo, los ecos de los últimos tiros cambiados en las luchas por la conquista de la tierra; empero, de aquellos tiempos heroicos había quedado un gustillo a sangre derramada, en la sangre de las gentes de Ilhéus. Y hasta ciertas costumbres: la de alardear de valientes, de cargar revólver noche y día, de beber y jugar. También ciertas leyes dirigían sus vidas. Una de ellas, por cierto que de las menos discutidas, nuevamente habíase cumplido aquel día: la honra de un marido engañado, sólo con la muerte de los culpables puede lavarse. Ley que venía de los tiempos antiguos, que no estaba escrita en ningún código, pero sí en la conciencia de los hombres, dejada por los señores de antaño, aquellos que fueron los primeros en derribar bosques y en plantar cacao. Así sucedía en Ilhéus, en aquellos años de 1925, cuando florecían los cultivos en las tierras abonadas con cadáveres y sangre, y multiplicábanse fortunas, cuando el progreso se establecía, transformando la fisonomía de la ciudad. Tan profundo era el gustillo de la sangre, que el propio árabe Nacib, bruscamente afectado en sus intereses por la partida de Filomena, olvidaba tales preocupaciones para entregarse por entero a los comentarios del doble asesinato. Se modificaba la fisonomía de la ciudad, se abrían calles, importábanse automóviles, se construían rascacielos, abríanse caminos, se publicaban periódicos, fundábanse clubes. Ilhéus se transformaba. Sin embargo, mucho más lentamente evolucionaban las costumbres, los hábitos de los hombres. Así sucede siempre en todas las sociedades.  



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