El vecino asustado, cree que el bicho lo ha alcanzado*

Era muy de mañana; hacía poco que me había despertado pero aún permanecía acostado en el sillón; ahí pasaba las noches desde que el bicho entró en la casa. Mi esposa ya había bajado a la sala. Entonces, oímos voces en el zaguán. Me levanté e hice a un lado las cortinas de los ventanales y miré, desde adentro de la sala, a un amigo. Estaba tocando, con una moneda, las rejas del zaguán blanco; estaba a un lado del coche en el cual había llegado. Mi hija ya estaba asomada por la ventana de su cuarto, allá arriba. Lo supe porque oí el ruido de la ventana corrediza y su voz volaba a la calle, hasta los oídos del hombre. El recién llegado reflejaba angustia en su cara y voz. A gritos preguntaba a mi hija cuáles eran los síntomas de la enfermedad. 

Llevaría tiempo contarle detalles. A gritos, no era conveniente.

Por otra parte, ninguno de nosotros debíamos salir tan temprano al patio donde corría el aire. No deberíamos arriesgarnos a agravar nuestro estado de salud. Procurábamos evitar que las corrientes de aire nos golpearan.

Desde adentro, a gritos, le dije que dejara su número de celular para comunicarnos con él con más calma.

—Sí, está bien porque creo que ya estoy infectado —dijo.

*Fragmento de un testimonio largo de mi lucha con el bicho, donde unas voces de parientes y amigos se han apagado; otras están maltrechas. Este mismo tecleador sigue cargando con secuelas provocadas por el intruso que lo atenazó desde hace más de cinco meses.

El ebook pronto saldrá publicado.

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